Me descorazono
por el mero accidente
de unos ojos
que pasan bajo el mismo cielo azul
bajo el que yo me cobijo.
Pasan sin ver y se van, esto es:
¿de que otra manera podrían
descorazonarme unos ojos
sino fuera dejando de notar los míos
que hacen una reverencia no correspondida?
Ella se atraviesa en mi camino
y me hace tropezar,
como lo hacen todas las muchachas bonitas,
sin darse cuenta que en su ignorancia condenan
y en su paso dejan los espacios oscuros
ya no decorados de sus ojos
como soles.
(Pablo Hernández M.)