Mi recomendación

La voz a ti debida
- Pedro Salinas

jueves, 26 de febrero de 2009

Quisiera ser la noche


Quisiera ser la noche,
una noche oscura, eso sí,
para que los ladrones y los amantes
se sientan a sus anchas
y jueguen los juegos que mejor saben
al cobijo de mis brazos.
Quisiera ser la noche,
una ociosa noche ciega
de aparecidos y desaparecidos,
de caminos en círculo
que se siguen con la esperanza
puesta en la mañana, en la luz.
Quisiera ser la noche,
una noche con olor a perfume de flores
de cementerio,
con rocío que extienda su rozadura
hasta la médula de los huesos,
chocando sin detenerse contra los rostros
y el asfalto.
Quisiera ser la noche,
una temida y anhelada noche
donde se pueda comenzar a imaginar
la expresión de la muerte,
donde sea posible el misterio,
el éxtasis
y el abandono.
Quisiera ser la noche,
una que haga ocilar la duda
ante las miradas
de quienes quiere adentarse
en ella,
en mi.

Pablo Hernández M.

jueves, 19 de febrero de 2009

Un dolor impreciso

Un dolor impreciso
se mueve dentro de mi pecho
como mariposa
yendo a todas partes
sin ir a ninguna:
de las sienes al sexo,
de la boca del estómago a las rodillas,
de los ojos a los dedos,
y de mis dedos se desborda
por las falanges, por las yemas
y ellos se mueven hacia el papel,
hacia la pluma,
hacia las palabras
que anuncian/denuncian
lo que me habita
pero que con mi lengua,
mis dientes
y todo el aparato de mi voz
no me atrevo a decir
pues me da pudor esa vulgaridad
o, la mayoría de las veces,
porque ni yo mismo se
su origen ni destino.
Mientras, antes y después
yo soy dueño de mi dolor
y el me posee.
Y aunque trato de refrenarlo
se cuela siempre entre las líneas que escribo
y las mancha de melancolía
y de frío. Les da cierta personalidad
de persona.
Es un dolor impreciso,
impreciso y compacto,
como espina que se incrusta
en la carne cada vez más
y que para sacarla
sería necesario cortar.
(Pablo Hernández M.)

domingo, 8 de febrero de 2009

El destino es una bestia desbocada

"Galope"
Silvia Castaño


Aferrarse a la cabeza,
al cuello,
al pelo de la crin negra,
abrazarse con piernas y brazos
al cuerpo
y sentir los músculos contraerse
(los nuestros y los del animal)
mientras lanzamos un grito
salvaje,
entre desesperación y furia,
con el que nos enfrentamos
a lo desconocido
de esta carrera vertiginosa.
El destino es una bestia desbocada
que se cabalga con los ojos
y la boca bien abiertos
en una mueca de asombro/miedo,
tratando de no caer pero sintiendo
que caemos
todo el tiempo.


(Pablo Hernández M.)